Desde qué ventana miramos

Stephen Covey, el autor de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, sostenía que el primer paso para transformar nuestra vida es ser proactivos. Pero lo que verdaderamente ilumina ese concepto no es un principio abstracto, sino una vivencia concreta que lo marcó profundamente.

Una mañana de domingo, en el subte de Nueva York, Covey observaba un vagón silencioso: gente leyendo, descansando, absorta en sus pensamientos. Todo transcurría con normalidad… hasta que un hombre subió con sus hijos. Los chicos comenzaron a correr, gritar y molestar. El padre, inexpresivo, se sentó a su lado y cerró los ojos, como si nada ocurriera.

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La tensión crecía entre los pasajeros. Covey, incómodo pero sereno, se acercó y le dijo: «Señor, sus hijos están molestando a mucha gente. ¿Podría controlarlos?»

La respuesta lo desarmó: «Tiene razón… debería hacer algo. Venimos del hospital. Su madre… acaba de morir hace una hora. No sé qué pensar, y creo que ellos tampoco saben cómo manejarlo…»

Nada en la escena había cambiado, pero todo cambió para él. Lo que parecía una falta de responsabilidad se transformó en un grito de dolor. Lo que juzgaba como indiferencia, era apenas un hombre quebrado por el duelo. Ese momento fue lo que él llamó un cambio de paradigma. Comprendió que no podemos juzgar una historia sin conocer su contexto, que no podemos entender al otro si no intentamos ver con sus ojos.

Cambiar la ventana

Una historia parecida narra el psicoterapeuta Irvin Yalom, esta vez desde el consultorio. Una paciente le contaba su dolor persistente por la desconexión emocional con su padre. Lo recordaba como un hombre crítico, insensible, incapaz de apreciar la belleza ni de establecer vínculos afectivos.

Un recuerdo recurrente la marcaba: en un viaje por el campo, ella iba de acompañante en el auto. En un momento, su padre señaló por la ventana y dijo con desprecio: «Mirá eso… todo lleno de basura».

Ella miró y lo que vio fue todo lo contrario: un paisaje limpio, verde, sereno. Años después, tras la muerte de su padre, volvió a hacer esa ruta, esta vez manejando sola. Desde el lado del conductor, miró por la ventana que él había mirado… y entonces lo entendió. Desde ese ángulo, había efectivamente basura acumulada junto al arroyo. Su padre no estaba ciego a la belleza: simplemente estaba viendo otra parte del mismo paisaje.

Cuando uno cambia, todo cambia

“Por primera vez vi lo que él vio”, recordó.

Ese gesto tardío fue profundamente sanador. No borró los años de distancia, pero rompió la rigidez del juicio. Le permitió llorar a su padre, no por lo que no fue, sino por lo que nunca lograron comprender.

Ambas escenas nos enseñan lo mismo: a veces no necesitamos tener razón, sino cambiar de ventana.

El judaísmo lo resume con una enseñanza milenaria: dan le’kaf zejut — juzgar al prójimo con benevolencia. No por ingenuidad, sino porque cada alma lleva un equipaje que no vemos. La Mishná en Pirkei Avot dice: «No juzgues a tu prójimo hasta que no hayas estado en su lugar».

Y la verdad es que nunca vamos a estar exactamente en su lugar. Solo Dios ve todo el cuadro completo. Nosotros solo alcanzamos fragmentos.

Pero mientras estas enseñanzas parecen antiguas, la necesidad de aplicarlas es hoy más urgente que nunca. Vivimos en una época donde señalar, criticar y escandalizar se volvió espectáculo. Basta con encender un programa de chimentos para verlo en acción: se destruyen vidas en segundos, se ridiculizan errores humanos como si fueran material de entretenimiento, y se reducen personas a un solo acto, como si fueran solo eso.

¿Qué hemos perdido en ese proceso? La empatía.

Antes, cuando heríamos a alguien cara a cara, lo veíamos sufrir. Podíamos pedir perdón. Hoy, tras las pantallas, hablamos sin ver. Comentamos sin medir. Viralizamos sin pensar. Y en esa frialdad digital, nos desentendemos del daño que provocamos.

Juzgamos con una liviandad peligrosa. Transformamos personas en personajes, dramas en consumo, y errores en hashtags. Y lo hacemos muchas veces sin maldad… pero con indiferencia. Y la indiferencia también duele.

Volver a mirar con empatía no es solo un acto moral: es un acto de resistencia en una sociedad que ha naturalizado el juicio fácil, el escarnio público y el desinterés por lo que pasa del otro lado de la pantalla.

Hoy, te invito a preguntarte con honestidad: ¿Desde qué ventana estás mirando? ¿Te animás, aunque sea por un instante, a mirar desde la del otro… como si fueras vos? Tal vez no podamos cambiar al mundo entero. Pero sí podemos cambiar nuestra mirada.

Y a veces, eso basta para empezar a transformarlo.

No dejemos que el juicio apresurado nos robe la oportunidad de comprender, de conectar, de cuidar.

Miremos con el corazón abierto. Cambiemos de ventana. Cambiemos nuestro mundo.

Buen fin de semana.

(*) Rafael Jashes – Rabino

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