Los libertarios están exultantes. Se felicitan entre ellos por los números y porcentajes de cierre de este 2024, fundamentalmente en cuanto a los mercados financieros y la caída del riesgo país. Y, con más prudencia, también con la reducción de la presión inflacionaria alcista. Pero saben –y son realistas– que hay un problema. La revaluación del peso, la imposibilidad de una corrección devaluatoria y la performance de oferta y demanda de divisas hacen que la competitividad de la economía argentina se vea perjudicada. Y, para peor, la proyección hacia 2025 no solo no es de un cambio de tendencia, sino de profundización del problema, ya que se viene una etapa de ingreso de dólares provenientes de una campaña agrícola positiva, una balanza energética que en 2025 dejará un superávit de US$ 5 mil millones y, seguramente, un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que le dejará al país entre 5 mil y 11 mil millones de dólares limpios. Esto con una política de emisión monetaria nula y la promesa seguramente cumplida de superávit fiscal primario y financiero. Esto implica que no habrá mayor volumen de pesos para hacer frente a la llegada de dólares. Como mínimo, continuará el proceso actual de revaluación del peso. Pero los libertarios no están preocupados. Incluso, muchos se muestran orgullosos del logro. Y traen al escenario del debate una versión exitosa del problema a solucionar: la posibilidad de que se haya llegado a una alternativa criolla de la denominada por la teoría económica “enfermedad holandesa”. De qué se trata este fenómeno?
Refiere a los efectos negativos que le provocaría a una economía determinada, en este caso la argentina del último trimestre de 2024 y el primer semestre de 2025 (según lo proyectado), el aumento repentido y constante de ingresos en moneda no doméstica. Se la relaciona con la llegada de recursos especiales e importantes. En el caso local, el campo, la energía y los dólares del FMI. Y eventualmente habría que sumar la inversión extranjera.
El nombre aparece a mediados de los 60, cuando los Países Bajos descrubren grandes reservas de gas natural en el Mar del Norte, lo que convirtió al Estado en un gran proveedor del combustible a Europa, lo que generó luego un importante ingreso de divisas. Si bien en un principio el fortalecimiento de las reservas provocó un incremento en el poder adquisitivo y un aumento fuerte en la inversión privada y en infraestructura, la continuidad en el tiempo de los ingresos de divisas comenzó a provocar efectos negativos en la economía del país; en sectores industriales locales que se vieron perjudicados por la llegada de esas divisas.
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Las características de la “enfermedad holandesa” serían, primero, una apreciación de la moneda local que se encarece frente a las divisas; incrementándose además el precio de las exportaciones que no se relacionan con el commoditý o producto que generó el alza de los ingresos. En consecuencia, se genera además una pérdida de la competitividad ya que, fundamentalmente, la industria y el comercio se vuelven más caros para la población y ante la competencia internacional. Esto incluye el alza en los salarios reales, pero no necesariamente con una consecuente mejora en el poder adquisitivo. En estos procesos hay también un incremento en las importaciones, factor que obviamente se acelera si la economía se encuentra abierta. Así, la industria local debe competir con productos importados en general más baratos y con costos internos que se aceleran. Como consecuencia de lo anterior, crece el desempleo, ya que comienza un proceso de destrucción de puestos de trabajo, fundamentalmente industriales.
¿Cómo se combate? Se recomienda primero determinar si los ingresos extraordinarios pueden ser permanentes u obedecen a una circunstancia extraordinaria; para saber si se trata de un efecto riqueza puntual o extendido en el tiempo. En el caso argentino, es un fenómeno mixto: está Vaca Muerta y su aporte creciente, pero también la posibilidad por única vez de ingresos desde el FMI. Habría entonces una proyección de ingresos de divisas en el tiempo fruto de Vaca Muerta y la energía, pero solo una fuente concreta y temporal desde el FMI. Sin embargo, también habría exportaciones crecientes provenientes del rubro Oil&Gas, que podrían llegar a entre 20 mil y 25 mil millones de dólares en cinco años. En consecuencia, se deberían implementar cambios estructurales de la economía para modificar la foto de la estructura productiva del país, en el momento en que la enfermedad, metafóricamente, comienza a atacar. Ahora, cronológicamente hablando.
Dentro del gremio de los economistas, más específicamente entre los libertarios, no hay consenso. Incluso, los más cercanos al presidente Javier Milei y a su ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, hablan de la necesidad de no tomar el concepto como algo malo, sino como una consecuencia positiva. Especialmente para el mediano y largo plazo. Y que ninguno de los problemas que eventualmente genere es superior en calidad e importancia a las ventajas de semejante “éxito”. Ponen además el énfasis en el tiempo en que se logró comenzar a hablar del problema del eventual exceso en el ingreso de divisas, a solo un año de iniciada la gestión mileísta. Más teniendo en cuenta, afirman, el dato de que lo que se espera es que los ingresos en divisas se sostengan en el tiempo, y no que se trate de una especie de veranito por la suba eventual y temporal de algún commodity o la expansión momentánea de algún proyecto productivo puntual. Hacen referencia a la salida de la convertibilidad durante el gobierno de Eduardo Duhalde, con Jorge Remes Lenicov como ministro hiperdevaluador y la posterior llegada de Roberto Lavagna como ordenador, para luego pasar a la llegada del kirchnerismo en el poder. Se afirma entre los libertarios que ese proceso que derivó en el ingreso fuerte de divisas obedeció a la megadevaluación de 4 a 1 para la salida del uno a uno, la licuación consecuente en el gasto público y la posterior revalorización exponencial del precio internacional de la soja. Este combo de circunstancias provocó la estabilización de las variables macroeconómicas en la primera etapa del kirchnerismo, y dio lugar a las primeras menciones a la “enfermedad holandesa” en el país. Para los ortodoxos, es errada la comparación con la actualidad por un factor clave: en este caso, no hay emisión monetaria y se sostiene un superávit fiscal. Pero además, y fundamentalmente en el análisis de este caso, el factor de ingreso de divisas sería sostenible en el tiempo y más variado que en la salida de la convertibilidad ya que, si bien la llegada de fondos desde el FMI sería temporal, la suba de exportaciones de combustibles y energética se sostendría en el tiempo (quizá por más de veinte años, según las proyecciones de Vaca Muerta), el campo seguiría aportando lo suyo y podrían sumarse otros aportantes a las divisas, como la minería a través del litio y el futuro cobre.
Hay otro factor que lleva a la razonabilidad de los impulsores de la “enfermedad holandesa”. Argentina está lejos de posicionarse en una actitud oronda y altiva, pronosticando grandes incrementos en sus tenencias de divisas y su atesoramiento en el Banco Central de la República Argentina como reservas propias del Estado nacional. Argentina es un país sobreendeudado, sobre el que, además, caen pasivos megamillonarios fruto del los juicios perdidos en los tribunales internacionales. Solo al FMI se le deben unos US$ 44.800 millones, dinero que seguramente se incrementará cuando se cierre el próximo acuerdo con el organismo, luego de la llegada de Donald Trump a la presidencia. Pero además hay otros 60 mil millones de dólares en deuda privada emitida en los mercados internacionales y reestructurada en 2020 durante la gestión de Martín Guzmán. Hay que sumar la deuda local, en pesos, que supera los US$ 50 mil millones. Y lo juicios internacionales que suman hoy más de US$ 20 mil millones, especialmente el que ya se ha perdido por la manera en que se renacionalizó YPF durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. En total, se trata de un pasivo de casi 200 mil millones de dólares, a atender en los próximos años.
En síntesis, si hay algún atisbo de “enfermedad holandesa”, hay un antídoto mortal a ese virus: el pago de la deuda de un país irresponsable en el arte de tomar dinero que no se puede pagar.