Hay que lograr que el público se encuentre

Hay muchas veces que nos conmueve, otras que nos preocupa, otras que nos alertan, otras que nos hacen felices y otras que nos hacen enormemente tristes” dice Juan Antonio Vigar, Director Artístico del Festival Internacional de Cine de Málaga. Quién se ríe a su lado es José Luis Rebordinos, y refirma lo que se dice. Ambos fueron parte de la Semana de Cine de Festival de San Sebastián y Festival de Málaga, que trajo seis títulos que representan la mirada de ambos eventos. Ambos estuvieron en Argentina, dieron una Masterclass, presentaron películas y celebraron el momento del cine. Pero su primera parada e intención era reflexionar sobre el cine argentino y su presente. Vigar sostiene: “Es una situación preocupante ya que se han tomado medidas de destrucción de una estructura que estaba lejos de ser perfecta. Se lo dijo al director del Incaa: lo importante es la construcción y hay factores que van más allá del binomío inversión-resultado. Se tiene que respetar la diversidad”. Se suma Rebordinos: “Hay datos: Ventana Sur que era el mercado más importante de América Latina, con sus beneficios económicos, se van a Uruguay. Difícil de entender, como lo son otras decisiones como el Festival de Mar del Plata, o el vínculo con el cine y la industria. Vamos a ver en los próximos tiempos mucho menos cine argentino, y lo que llegue será de plataformas, que no es malo pero ellos producen de determinada forma”.

—¿Cúal es la responsabilidad de los festivales hoy?

JUAN ANTONIO VIGAR: Tenemos una doble responsabilidad. Por un lado, trabajamos para ser útiles a la industria y, por lo tanto, para intervenir de manera constructiva en toda su cadena de valor. Esto implica abarcar todo el ámbito industrial: desde los estrenos, los laboratorios, los Work in Progress, y quizás lo más importante en este sentido, la venta internacional, que es realmente muy necesaria. Percibimos el deseo y el entusiasmo de la gente de la industria por estar en esos espacios y aprovechar el apoyo que nuestro trabajo puede brindarles. Por otro lado, al impulsar lo audiovisual, debemos asumir una serie de compromisos. Compromisos que están vinculados a la sostenibilidad, la igualdad de género y una serie de cuestiones que hoy ocupan un lugar central en la agenda. Pero, especialmente, un compromiso con la cultura. Creo que el cine es un motor de transformación social que contribuye al desarrollo emocional e intelectual de las personas. Desde ese lugar, trabajamos para construir sociedades más libres. Ese es el gran rol que tienen los festivales en la actualidad.

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JOSE LUIS REBORDINOS: Yo firmaría todo lo que él dijo, y agregaría que los festivales somos prescriptores. En este momento de sobreoferta de películas, los festivales cumplen una función de orientación. Para el cinéfilo, ya hemos hecho ese trabajo: indicar dónde puede haber algo nuevo, lo que necesita rescate, lo nacional, lo que debe cuidarse. Ese trabajo se realiza desde la selección, desde lo que mostramos. Las películas que forman parte de un festival dicen mucho del mismo y de su visión sobre el futuro del cine.

—¿Creen que los festivales han cometido algún error en los últimos tiempos?

J.A.V.: En Málaga, a mí me gusta generar claims que describen nuestra filosofía de trabajo. Málaga es un festival donde establecemos que nuestra singularidad es la generalidad: la capacidad de integrar todo lo bueno que se hace en el audiovisual, sea cual sea su planteamiento, comercial o experimental. Desde este punto de vista, creo que el Festival de Málaga y también el de San Sebastián nos dirigimos tanto a las grandes mayorías como a las inmensas minorías. La idea es que el público encuentre lo que busca, aunque no lo sepa o lo tenga muy claro. 

J.L.R.: Nos pasa algo parecido. Y entiendo que hay festivales con diferentes funciones: algunos para minorías, otros más radicales. Nosotros somos un festival público, como Málaga. Tenemos 179.000 espectadores en una ciudad de 186.000. Es un festival de la gente, antes que nada, pero también de la industria, de autores, de estudiantes. No creo tanto que los festivales hayan cometido errores; creo que se han especializado.

—¿Cómo conectamos con nuevos públicos que no consumen tanto cine y ven más otras artes audiovisuales?

J.A.V.: Yo decía hace un rato que quizás la pregunta sea: ¿de qué hablamos cuando hablamos de público? Con la revolución que ha vivido el sector audiovisual, tenemos que pensar en un concepto muy diverso, muy amplio y rico de públicos. Por lo tanto, los canales para llegar a ellos también deben ser diversos y complementarios. Por eso, cuando las plataformas empezaron a hacer películas, nosotros las mostramos. Hoy es un mundo que todos deben recorrer: productores, intérpretes, directores de fotografía… todos han entendido que es una forma más de contar narrativas con identidades propias. No es lo mismo una película hecha para una plataforma que una pensada para una sala de cine. Ese conjunto enriquece al cine; en lugar de trabajar desde el antagonismo, debemos hacerlo desde la complementariedad. Eso es lo más enriquecedor porque, al final, aglutinamos públicos y los llevamos a las salas cuando buscan una experiencia distinta. Hay que tener una mirada amplia y ser muy acogedores.

J.L.R.: Los festivales tenemos que hacer programaciones atractivas, que dialoguen con diferentes búsquedas del cine, en lugar de beneficiar a un solo tipo. El problema del público, por ejemplo, no es un problema de los festivales, pero sí de otros espacios. Cuando termina el Festival de San Sebastián, ese público no desaparece, sigue siendo un público listo para ver cosas. Sin embargo, también es cierto que los tiempos y las formas de exhibición y distribución están cambiando. Muchas películas logran manejar sus estrenos bien, acompañándolos con pequeñas proyecciones, llevando el equipo a mostrar la película en distintos lugares. Así, esto se siente como un evento, y la gente llena las salas. Esa sensación de evento convoca y funciona. La exhibición ha entendido que esto es lo que necesita el público.

—¿Qué los conmueve de sus festivales?

J.A.V.: Creo que los festivales de nuestra dimensión están en constante movimiento, pero…

J.L.R.: … el momento en que ves la sala llena de público.

J.A.V.: Te voy a contar una anécdota que refleja eso. Fuimos el primer festival en aplazar su celebración por la pandemia y el primero en realizarse durante ella. Lo hicimos meses después de la fecha original. Todos con barbijo. Un día, al salir de un acto, una chica se me acercó y me dijo: “Quiero darte las gracias porque, debajo de esta mascarilla, estoy sonriendo. Volví a encontrarme con mi familia, con mi gente. Para nosotros, es muy importante lo que hicieron”. Después de todo lo que peleamos y lo difícil que fue esa edición, me fui muy satisfecho. Es la anécdota más significativa y especial de todos mis años en el festival.

J.L.R.: En mi caso, elijo un momento que marcó mi segundo año como director. Estaba tan abrumado que pensé en renunciar. Una noche, volviendo al hotel después de las proyecciones, una mujer gallega me reconoció y me preguntó si era el director del festival. Le dije que sí, y me dio las gracias. 

Me contó: “Hace seis años que vengo sola al festival. Soy una ex minera de Asturias. Mi vida fue muy dura y el cine siempre fue mi salvación. Este festival es el mejor momento del año”. En ese momento pensé que estaba siendo un tonto. Esa charla me hizo ver lo importante que era lo que hacíamos y dejé de cuestionarme mi continuidad.

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