Dan mala suerte los gatos negros? El origen medieval de un mito

Muchas personas hoy en día creen que los gatos negros son una fuente inagotable de mala suerte. La superstición tiene muchos siglos de antigüedad y encuentra su origen en el Papado de Gregorio IX (1227-1241), un feroz inquisidor que dedicó los últimos años de su vida y sus últimas fuerzas para desaparecer la herejía de la Europa cristiana. Aprovechamos este 17 de agosto, el Día Mundial de la Apreciación de los Gatos Negros, para encontrar una explicación al mito: ¿dan mala suerte?

Llamado Ugolino di Segni, el papa Gregorio IX había ascendido al trono tras la muerte de Honorio III, en 1227. A los casi 80 años, Ugolino había heredado el gran problema de las herejías que florecían en la Europa cristiana y desafiaban el poder de la Iglesia. Por un lado, estaban los predicadores cátaros, que instaban a sus seguidores a abstenerse de comer carne, y por otro, los valdenses, llamados así por un predicador penitencial de Lyon, que ganaron popularidad en el Sacro Imperio Romano Germánico.

Gregorio IX pensaba que la Iglesia tenía que restaurar su monopolio de la fe, y si no lo hacía con la Palabra, debía hacerlo con violencia. Tan horrendas eran las acciones de aquellos herejes, dijo el papa, que “no solo los hombres, sino los elementos mismos deberían unirse en su destrucción, expurgándolos de la faz de la tierra, sin perdonar sexo ni edad, y convirtiéndolos en un oprobio eterno para las naciones”.

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La Alemania católica era un punto caliente en el mapa de las herejías. Para Gregorio, los obispos y clérigos locales actuaban muy lentamente contra las herejías, de modo que en 1231, mediante su histórica bula “Excommunicamus”, reorganizó la persecución de la herejía para dar comienzo a la llamada Inquisición Papal, que se encargó de perseguir, juzgar y condenar a toda persona sospechosa de cometer herejía, hechicería y brujería.

En su búsqueda de hombres adecuados para la tarea en tierras alemanas, el Papa puso su mirada en el obispo Conrad von Marburg (1180-1233), un célebre predicador contra la herejía. Hasta entonces, este sacerdote y noble alemán había sido un implacable perseguidor de herejes, de brujas y de cultos satanistas. Sus métodos para identificar a los procesados eran cuestionables: trataba a todos los acusados como culpables hasta que se demostraba su inocencia, la absolución no era una opción, consideraba la negación como prueba de herejía y enviaba a la hoguera a todos los que no confesaran su pecado.

Pero los métodos Von Marburg tuvieron buenos resultados y los arzobispos de Tréveris y Maguncia le escribieron al papa cartas repletas de elogios. “Cuentan cosas gloriosas de ti”, le escribió el papa a Conrad en una carta en la que le anunció que tendría plenos poderes para ser investigador, fiscal y juez al mismo tiempo en la batalla contra la herejía.

¿Una bula papal desató el terror por los gatos negros en la Europa medieval?

El Papa Gregorio IX heredado el gran problema de las herejías que florecían en la Europa cristiana.

En su cacería de herejes en Alemania, Von Marburg aseguró haber descubierto un poderoso culto diabólico que llevaba a cabo oscuros rituales en los que se practicaban la sodomía, la zoofilia y otros sacrilegios. A algunos sospechosos les dejó claro que solo evitarían la muerte en las llamas si confesaban la herejía, mostraban remordimiento y traicionaban a más herejes, lo que derivó finalmente en la ejecución de 250 personas.

Impulsado únicamente por el delirio religioso, Marburg informó rápidamente al Papa sobre los rituales de admisión de los presuntos satanistas y Gregorio IX le creyó. La respuesta del pontífice fue enviar a los gobernantes de Maguncia, en junio de 1233, la bula “Vox in Rama”, en la que lamentó los males que afligían a la Iglesia y llamó a los obispos alemanes que prestaran todo su apoyo a la labor de Marburg en su batalla contra los luciferinos.

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Además, reprodujo las cartas en las que el gran inquisidor describió los depravados rituales del culto en detalle: los nuevos miembros tenían que besar al diablo, representado como un “hombre de terrible palidez” cuya tarea era succionar “hasta el último vestigio de fe en la Iglesia Católica” del alma de los cristianos. Los novicios de ese culto diabólico, decía la bula papal, tenían que besar a “un gato negro” en las nalgas “llevándose la lengua y la saliva del animal a la boca”. Gregorio describió: “Después del beso, todo vestigio de la fe católica desapareció por completo de sus corazones”.

Las palabras de Gregorio desataron el terror en una Europa ultra supersticiosa y, como producto de ello, a lo largo de la mayor parte de la Edad Media los gatos negros fueron objeto de persecución, tortura y sacrificio en masa.

Con el transcurrir de las décadas, se creyó que los gatos negros ayudaban a las brujas y hechiceros en rituales de magia negra y que algunas brujas malvadas eran capaces de transformarse en estos animales. El miedo se extendió pronto a los felinos de cualquier color, que fueron cazados, ahogados o quemados.

La Peste Negra, una devastadora pandemia de peste bubónica en el siglo XIV, diezmó hasta un 50% de la población europea. Entre los años 1346 y 1353, la enfermedad mató a unos 200 millones de personas.

La demonización llevó a la persecución generalizada y violenta de los gatos y creció en toda Europa la creencia de que la tortura o el sacrificio de estos animales podía romper ciertos hechizos. En muchas partes de Europa la sola posesión de un gato llegó a ser suficiente “prueba” para que alguien fuera juzgado y quemado bajo los cargos de herejía o brujería, de modo que las falsas acusaciones aumentaron. A veces, los gatos eran colocados en canastos y quemados en la hoguera junto con sus desventurados dueños.

Aunque Gregorio IX también había mencionado en su bula a ranas y patos, los prejuicios anti felinos fueron más terribles. En los reinos del norte de Europa se celebraron festivales en los que los gatos eran asesinados a golpes y pedradas para desterrar el mal, mientras la quema de gatos se convirtió en un pasatiempo favorito en Francia, donde los felinos eran suspendidos sobre hogueras o perseguidos con antorchas por las calles.

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En Ypres, Bélgica, se hizo popular el Kattenstoet (Festival de los Gatos), donde los felinos eran prendidos fuego y arrojados desde los campanarios de las iglesias. En Inglaterra, la Ley de Brujería de 1563 asoció la tenencia de gatos con un vínculo con Satanás y llevó a la ejecución de muchos de estos animales y de sus dueños.

La ira popular contra los gatos fue tan salvaje que algunos historiadores creen que para el año 1300, su población se había reducido lo suficiente como para evitar que exterminaran a los roedores de manera eficiente.

Los gatos, inicialmente perseguidos por supersticiones medievales asociadas con la brujería, jugaron un papel crucial al controlar la población de ratas, principales portadoras de las pulgas transmisoras de la enfermedad. Su presencia ayudó a mitigar la propagación de la peste en algunas regiones, aunque su contribución fue subestimada en su época.

En su libro Classics Cats, el historiador Donald Engels describió la bula papal como “una sentencia de muerte para el animal, que continuaría siendo sacrificado sin piedad hasta principios del siglo XIX” y culpó directamente al déficit de gatos resultante en todo el continente por la posterior devastación de la peste bubónica o Peste Negra, que se extendió por Europa y Oriente Medio entre los años 1346 y 1353 y mató a unos 200 millones de personas.

Según Engels, la presencia de gatos había contribuido a que no se desataran epidemias importantes en Europa sino hasta el siglo XIV, cuando, en ausencia de sus depredadores naturales, las ratas prosperaron en entornos urbanos, se alimentaron de los desechos humanos y hallaron refugio en viviendas hacinadas, lo que facilitó la rápida propagación de las pulgas portadoras de la peste (Yersinia pestis).

Es posible que, si se les hubiera dejado en paz, los gatos podrían haberse encargado de los roedores infectados con la peste, salvando muchas vidas en Europa. Pero esta idea no se sostiene y algunas investigaciones de la actualidad sugieren que los gatos también pueden transmitir la peste a las personas.

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También resulta improbable que la bula de Gregorio IX diera origen a una matanza generalizada de gatos en toda Europa hasta el punto de diezmar su población: porque ni la bula, ni el papa, ni el propio inquisidor ordenaron en ningún momento exterminar a los gatos negros por sus asociaciones al Diablo.

El historiador Spencer Alexander McDaniel asegura que solo cinco personas recibieron copias de la bula de 1233, lo que sugiere que el público en general probablemente ni siquiera leyó este documento. Además, los historiadores no encuentran pruebas documentales de sacrificios masivos de gatos, aunque sí recuerdan que, en época de hambre, muchas poblaciones recurrieron a ellos como fuente de alimento.

Lo que es cierto es que el decreto de Gregorio IX tuvo consecuencias mortíferas que se extendieron durante siglos y tiene efectos duraderos en la sociedad actual, porque sirve como un recordatorio sobre los peligros de la superstición y las consecuencias no deseadas del odio y la persecución por motivos religiosos.

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