Por las calles de Morón, la bronca y el dolor arden tanto como los restos humeantes de una pueblada que aún se siente en el aire. Franco Ezequiel Vera, de apenas 22 años, fue asesinado el jueves por la noche mientras volvía a su casa, víctima de una violencia que los vecinos aseguran haber denunciado durante años sin respuesta.
El crimen ocurrió en Santa Catalina al 846, frente a una vivienda que, según los vecinos, era conocida por sus largas filas para la venta de drogas. Esa noche, Franco pasó en el peor momento: un joven llegó al lugar disparando al aire y, sin mediar palabra, apretó el gatillo desde la vereda opuesta.
La bala encontró su blanco. Franco cayó al suelo, mortalmente herido, en una escena capturada por una cámara de seguridad que pocos se atreven a mirar sin sentir indignación. «Tan joven, tan chico y con una vida por delante. Me da mucha bronca esto«, dice Vicente, se detiene e intenta recomponerse para no caer en las lágrimas.
«¿Cuántos pibes más vamos a llorar?», grita un vecino, con la voz quebrada por la rabia. «Hay que quemar todos esos lugares, porque si no lo hacemos nosotros, nadie lo va a hacer, loco, dale», arenga.
Horas antes, el barrio se había levantado. Piedras volaron, el fuego de los neumáticos iluminó las calles y los gritos de «justicia» resonaron hasta perderse. El enfrentamiento con la Policía fue feroz, pero para muchos no fue suficiente. «La Policía no hace nada», repiten con la resignación.
Santa Catalina al 846 no es solo una dirección; es el epicentro de una tragedia anunciada. Según los vecinos, esa casa había sido denunciada como búnker narco en repetidas ocasiones. “Se venía venir”, comenta un hombre mayor, que tomado por el miedo pide no decir su identidad: “Siempre había problemas ahí, pero nadie hizo nada hasta que mataron a Franco”.
El joven asesinado era un trabajador común y corriente, sin relación alguna con la actividad ilegal que infesta el barrio. “Era un buen pibe”, cuentan. Esa noche, solo quería llegar a su hogar, como cualquier otro día. Pero su muerte se convirtió en el símbolo de un hartazgo colectivo.
Según manifestaron amigos de Franco a Clarín, él trabaja como albañil y hace un año había fallecido su padre. Por la pérdida de su papá, se puso al hombro a su familia y con sus changas ayudaba a su mamá y su hermano menor.
Braian (18), el único hermano de Franco, está recostado en la puerta de su casa. Mira entre lágrimas el bunker donde salió el disparo que determinó la muerte de su hermano. Por momentos llora desconsoladamente, después se contiene y vuelve a caer en la realidad. «Me arruinaron mi familia», grita con desesperación mientras se funde en un abrazo con su tía. «Ellos todavía estaban asimilando la muerte de su papá y ahora pasa esto», dice un primo.
Marcela Camardo, la mamá de Franco, está sentada en el porche de su casa. Al igual que Braian, mira entre lágrimas el bunker. Se toca su boca y se limpia las lágrimas que están en su comisura. «Esto es una pesadilla. Más tarde voy a hablar ahora estoy muy destruida y quiero descansar», dice a este diario.
Norma Vera, la tía de Franco, contó que el padre del joven había fallecido de cáncer y que no le quiso contar a su familia que tenía esa enfermedad, por eso su muerte fue una sorpresa. Franco antes trabajaba en el área de Tránsito de la Municipalidad, porque su papá trabajaba ahí, pero después lo dejó y comenzó a hacer tareas como albañil.
Los vecinos se enfilan el vereda de enfrente del bunker. Ese lugar disfrazado de verdulería, pintado de rojo y blanco con la leyenda de «Frutas y verduras, somos el Oeste»: aseguran que la casa y el local de Santa Catalina 815 nunca fue tal. Afirman que se trataba de una simple fachada para disimular su verdadero objetivo: una descomunal venta de droga.
Una turba de vecinos esta mañana avanzó sobre la casa en cuestión, intentando incendiarla mientras la Policía los dispersaba con balas de goma. Al mediodía, los efectivos custodian el bunker y los vecinos también. «Acá no se va nadie hasta que encuentren al culpable. Ese lugar tiene que quedar quemado», exclama una mujer.
AS